María, es y debe ser nuestro arquetipo, nuestro modelo para acercarse y encontrar a Dios. Veamos que nos dice el Evangelio. Yo quiero destacar cuatro de las frases que le dirige el ángel.
Lo primero que le dice a María, y que también podría decirnos hoy a nosotros es "Alégrate". Sí, alegrémonos. Con demasiada frecuencia parecemos como "muertos vivientes", faltos de ilusión y de energías por contagiar al mundo la Buena Noticia que hemos conocido. ¿Acaso es que el Evangelio ya no es Buena Noticia? ¿Acaso es que encontrarnos con Dios, las palabras de Jesús… eso ya no da sentido a nuestra vida? Entiendo, y hasta me parecería lógico, que quienes no creen, quienes piensan que todo se acaba en esta vida, esos sean los que se depriman o los que estén angustiados; contradictoriamente son esos los que parecen más alegres ("comamos y bebamos que la vida son cuatro días"). ¡A ver, cristianos, quitémonos las lagañas de los ojos! Dios viene, Dios da sentido a nuestra existencia, Dios se hace uno de nosotros. Algo importante será el hombre para que todo un Dios se rebaje hasta nuestra condición.
Si perdemos nuestra alegría, nos volvemos rancios, apagados… nuestra fe parece mortecina, pierde frescura. Si no hay alegría en nuestra comunidad, en nuestra Iglesia, no parecemos hermanos, desaparece la cordialidad, la amistad se enfría. Tenemos que celebrar y celebrar festivamente para alegrarnos sinceramente de corazón. Si no nos alegramos con los hermanos, vendremos a misa, nos encontraremos en la parroquia y simplemente, en lugar de querernos nos estaremos soportando. ¡Qué importante es, pues, la alegría en nuestra vida de creyentes!
La segunda frase del ángel es "El Señor está contigo". Sí, pero creámonoslo de verdad. Sí, hermanos, Dios está con nosotros. Cada día invocamos a Dios llamándole Padre, y Él nos acompaña, nos defiende y, lo creamos o no, busca siempre nuestro bien. Lo malo es que nosotros o no lo vemos, o no lo queremos ver y nos enfurruscamos en nuestros propios errores, y en nuestros propios egoísmos.
Andamos tan desconcertados y perdidos, que no acertamos a volver a la senda del Evangelio. Pero no estamos solos, no. Jesús, buen pastor, nos busca, su Espíritu que habita en la Iglesia nos atrae, aquí todos tenemos nuestro lugar, nadie sobra. Si sumamos, si no somos excluyentes, la parroquia, la Iglesia, es nuestro lugar para colaborar y para crear esa comunidad en la que todos somos hermanos.
Sí, "Dios está con nosotros" si amamos, si perdonamos, si nos entregamos, si —en definitiva— hacemos vida lo que el Señor nos ha mandado. Jesús no nos ha abandonado, está aquí en medio de nosotros. Con Él todo es posible.
"No temas" es lo siguiente que dice el ángel a María.
Son muchos los miedos que nos paralizan a quienes tratamos de seguir a Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización, miedo a un futuro incierto, miedo a nuestra debilidad; miedo, también, a nuestra conversión al Evangelio, miedo a "el que dirán", miedo a que nos vean como "santurrones". Pues bien, Dios nos dice: "No temáis, sed valientes".
El miedo nos paraliza, nos hace refugiarnos en el pasado, en tradiciones, en costumbres, en aquello en lo que nos sentimos seguros. Pero en la fe, como en todo, hay que avanzar, hay que arriesgarse. De nosotros depende un futuro con esperanza para la Iglesia. No podemos con veinte, con cincuenta, con setenta y tres años o más, mantener una fe de niños de ocho años, de rezos, de velitas o de flores. Algo habrá madurado nuestra fe en estos años, algo habrá calado en nosotros las palabras de Jesús, algo de lo que domingo tras domingo se proclama en la misa nos tiene que haber hecho reflexionar para hacerlo vida, para transformarlo en obras, en testimonio, en conocimiento de Dios…
"No temáis" es como decirnos "tened confianza". Confiemos, pues, en Dios, el es nuestra fortaleza, nuestra esperanza. Como María, con humildad, confiémonos en Dios.
Por último, el ángel le dice a María: "Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús". David quería construir un templo para Dios, encerrar a Dios en un edificio; sin embargo Dios nos elige a nosotros, escoge a María para que sea "el arca de la Nueva Alianza". También a nosotros, como a María, se nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos llamados a juzgar al mundo, a criticar o murmurar si aquel o éste hace aquello, sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, quizás está queriendo brotar. Dios habita en nosotros, como templos del espíritu, y debemos llevar esa llama de luz para alumbrar un mundo mejor, el Reino de Dios. ¿Cómo? Otra vez la respuesta es con nuestro testimonio, no con nuestras palabras, y descubrir a los que no creen, con nuestras entrañas de compasión, con nuestro servicio en pro de los que sufren, de los más desfavorecidos, que Dios es una realidad que humaniza, que de verdad nos hace hombres, porque nos hace hermanos.
En nuestras manos está que esta Navidad, que ya viene, que ya está, sea una Navidad más, o que sea una Navidad distinta en la que seamos levadura de un mundo más sano y más fraterno.
Estamos en manos de Dios y Dios no está en crisis. Atrevámonos a seguir a Jesús con alegría y confianza. Pero para ello también tenemos que purificar nuestra vida. Para que Dios entre, tenemos que "barrer la casa". Nuestro pecado es el que impide que Dios entre y tome posesión de nuestra vida, es momento de acercarnos al Sacramento del Perdón, de la Reconciliación o la Penitencia. Nuestro pecado individual es el pecado del mundo que no deja a Dios nacer.
Mirad, todas las navidades son una oportunidad para nuestra conversión sincera. Todas las navidades, es verdad, celebramos que Dios nace, pero ¿en alguna de ellas nos hemos convencido de verdad de ello?
La Navidad es alegría pues llevemos alegría.
Cuando nos convirtamos, el ángel también nos dirá: "Alégrate, llena de gracia", ahora realmente sabes y conoces que es que "Dios nace". Alegremos a los que viven a nuestro alrededor, testimoniemos la alegría que viene de parte de Dios; si hacemos eso, nosotros mismos participaremos de esa alegría.
Que así sea.
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