"Hermano de la Santa Vera Cruz, ¿Prometes silencio en esta noche de Pasión?"
Hoy queremos rescatar del baúl de publicaciones un articulo que NH. Inmaculada Cuesta escribió en la revista Nazareno 2015 (nº15) sobre el Voto de Silencio que nuestra Corporación realiza cada noche de Lunes Santo desde hace ya más de 10 años.
El voto de silencio
La existencia del silencio aún en abundancia persistente, después de la creación del sonido, ha motivado su uso constante como materia prima en la construcción de la interioridad del ser humano. Por ello se le otorgó categoría de esencialidad a esa ausencia de ruido por el hombre que trataba de explicarse, por ser espiritual desde su primera edición, lo cual bastante tuvo que ver con su consideración, incluso como objeto de culto y veneración. Los romanos antiguos rindieron honores de diosa a la que llamaron “Tácita”, alter ego de la griega diosa del silencio “Lara”. A partir de ahí y sin entrar en tiempos anteriores que sabemos son remotos, los místicos de todas las religiones han utilizado el silencio como medio de abstracción ascética, como medio de elevación.
Y los cristianos, inculturados e insertos en las distintas formas de ejercicio de las facultades intelectuales del hombre, encontraron en el silencio, como acto voluntario, la manera idónea de situarse frente a la verdad de sí mismos, del otro y por supuesto, ante la verdad del Señor. Así el método del silenció comenzó a utilizarse ya desde el siglo II en el marco de la iniciación cristiana en los misterios de Cristo, llegándose en la época fuerte del desarrollo del monacato a su incorporación plena a través de la “lectio divina”, con sus cuatro partes (lectio, meditatio, oratio y contemplatio), en las cuales el silencio tenía un carácter fundamental.
La liturgia también se llenó de estos silencios trascendentes y las iglesias lo incorporaron como parte de su espacio, razón por la cual cuando los actos de culto hubieron de exclaustrarse con el surgimiento de las Cofradías, salieron igual sus silencios atrapados entre los muros y los libros de preces y ceremonia. Comenzó pues la religiosidad popular a sacralizar el mundo exterior, dejando dentro las piedras del templo, que son manifestación visible del ser invisible que es Dios, y saliendo las piedras vivas, templos del Espíritu Santo en asamblea y manifestación hacia fuera, llevándose muchas de esas Hermandades el silencio como parte integrante y primordial de la realización de su desfile penitencial, quienes realizan sobre éste una opción como lenguaje auténtico y peculiar. Pasan los hermanos por las calles de pueblos y ciudades y Jesús pasa por ellos a través de su silencio, que es recurso y entorno para acceder a lo sagrado,
dejando de ser meramente símbolo por convertirse en oración dentro de la propia celebración de la estación de penitencia, en acción de gracias, y en expresión y manifestación de fe comunitaria. Son muchas las Cofradías que llamadas “de silencio”, viven y testimonian toda esta experiencia con la práctica escrupulosa de la carencia absoluta de palabra en los miembros de su cortejo, quienes antes que el camino comience realizan formalmente la promesa temporal de guardar silencio mientras dure todo el recorrido y que es conocido como “voto de silencio”.
En tal espiritualidad, el Grupo Parroquial de la Santa Vera Cruz de Martos, aún desconociendo si en su primitiva constitución del siglo XVI tenía incorporado en sus reglas y formas procesionales el llamado “voto de silencio”, al reorganizarse quiso incluirlo en su talante en afirmación no sólo de todo lo expresado anteriormente, sino por estar en consonancia con la renovación auspiciada e impulsada por el Concilio Vaticano II, que en su renovación litúrgica recolocó el silencio en lugar preeminente, quitándole el polvo que el pasado hubiera echado sobre él, decolorándolo y restándole
la importancia que merece, todo ello en aras de la también renovación espiritual de la Iglesia y de sus comunidades. Merecen la pena para los seglares que quieran profundizar sobre todo lo expuesto la Constitución “Sacrosantum Concilium”, sobre la cual el Papa Juan Pablo II manifestó que “un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio”. También el Papa Francisco nos ha convocado a “apreciar el misterio en el silencio”.
En un mundo como éste, ensordecedor y lleno de estruendo, el Dios que en él se encuentra es muchas veces no apreciable, por lo cual se hace necesario, prácticamente imprescindible, salirse fuera del ya tan recurrente “mundanal ruido”, desde aquella primera descripción poética del sublime Fray Luis de León, para escuchar nuestro auténtico sonido interior, en medio de la resonancia profunda de nuestra reflexión íntima. Llamar al silencio desde la grieta profunda de cualquier sombra, jamás ha dejado de ser un acto de libertad para acoger y escuchar el nombre silente de Quien nunca se cansa ni se cansará de llamarnos.
María Inmaculada Cuesta Parras
(FUENTE: Revista Nazareno nº15, publicada en el año 2015)